La vida en tiempos de cuarentena

La vida en tiempos de cuarentena

La vida en tiempos de cuarentena.

12 días llevamos ya recluidos en nuestras casas.

No sabemos por cuánto tiempo más. Probablemente, bastante.

Hoy, 26 de marzo de 2020, debería estar haciendo las maletas porque en menos de 10 días, partía nuestro avión rumbo a un viaje familiar a Japón.

Un viaje que era mucho más que un viaje. Un viaje en el que mi marido y yo íbamos a celebrar nuestro 15º aniversario de boda. Un viaje que casualmente, coincidía en fechas justo con nuestra luna de miel 15 años antes.

Un viaje para disfrutar en familia. Encontrarnos. Vernos

Y resulta que nos estamos encontrando, viendo. Pero en casa.

24 horas al día desde hace ya 12 días. Y los que nos quedan.

Creo que nadie, nadie, cuando allá por el 1 de enero a las 0:00 h celebrábamos el año nuevo, este 2020 que tan bonito sonaba, esperábamos vernos en esta situación.

Yo, que soy mucho de proyectar, de pensar en los “y si”, de ser “preocupativa”,  nunca pensé en algo así.

De hecho, si lo hubiésemos visto en un peli (que lo hemos hecho), pensaríamos que es una fantasmada. Algo irreal.

Pero no. Aquí estamos. Afrontando esta situación como cada uno buenamente puede.

Me gustaría pensar que como seres humanos aprenderemos algo de todo esto.

Sacaremos algo bueno, pero sinceramente, no lo tengo nada claro.

Mi cabeza es un hervidero de ideas. Constante. Por eso procuro hacer todos los días un rato de meditación o al menos, conectar con el “aquí y ahora” para solo “escuchar” silencio.

Ese silencio que sale de las calles. Unas calles, unas ciudades sin nadie. Un mundo sin humanos.

Cada casa se ha convertido estos días en un “micro mundo”: teletrabajo, niños, tareas, ocio.

Todo sin salir de 4 paredes. Todo juntos y revueltos. Y no, no es fácil. Nada fácil.

Personalmente para mí es digamos, mi “tercera cuarentena”. Los dos embarazos de mis hijos los tuve que pasar de reposo absoluto, así que durante 2 meses no pude salir de casa.

Pero recibía visitas y el resto del mundo estaba bien.

Ahora son mis hijos quienes no pueden salir. Y es lo que peor llevo.

Porque especialmente el adolescente, necesita un mundo que ahora no tiene. Que de pronto ha desaparecido.

Sé que es algo transitorio, que pasará. Pero eso no quita que me de una inmensa pena.

Pienso en mis sobrinos. De 2 y 4 años. Que viven a 20 minutos andado de mi casa.

Y pienso en mis padres. Ellos están a tan solo 10 caminando. Y afortunadamente están bien. Juntos. Los dos.

Pero sé que mi madre está muy triste. Y no poder ir a darle un abrazo me está superando.

No sé como será el día que podamos volver a hacer “vida normal”. Ni cuándo. Es mejor no hacerlo para sobrellevar el día a día con calma.

No sé que cambiará. O si lo hará. O si lo haremos como sociedad.

Pero espero de todo corazón que reflexionemos. Que algo bueno salga de todo esto.

Que aprendamos que lo importante, lo más importante de todo, lo esencial, es la mayoría de las veces, invisible.

Y no, no es mía la frase. Pero es una gran verdad.

Gracias por leerme. Por estar al otro lado.

Sed felices.

Helena

PD: si os apetece leer alguna otra reflexión que sale de mi cabeza, en esta entrada os dejo una a modo positivo de las cosas buenas que a mí, me ha traído ser celíaca.

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